Reencuentro esperado con el viento

30 03 2010

Este invierno ha sido muy poco mediterráneo, por no decir muy nórdico. Pero ya parece que va llegando el clima primaveral esperado por todos los españoles, que adoramos el sol, las terracitas, las tapas, las cañas y la ropa ligera.

En algo más de 24 horas, haré un pequeño descanso laboral para dirigirme a la fuente de recarga psicológico-emocional que es mi hogar. Al ser de noche, y en autobús, las estrellas tendrán todo el tiempo del mundo para apaciguar mi actividad diaria y proporcionarme la tranquilidad y falta de responsabilidad y preocupaciones necesaria para poder disfrutar de los tres o cuatro días que pasaré allí.

Cada vez me gusta más volver; cada vez me sorprende más lo que soy allí, con respecto a lo que soy aquí. Es cierto que, básicamente, soy el mismo. Pero el fenotipo no sólo es crucial para la expresión génica; también moldea tu percepción, tu actitud ante la gente que te vas a encontrar en un sitio o en otro. Además, mi hogar es parada obligada de vientos oceánicos y marinos, africanos y europeos. ¡Y qué mejor condición ambiental para moldearme que ellos!

Nunca pensé que se podía echar de menos un viento. Pero sí, y mucho más cuando tiene su propio nombre. Mi niño mimado es el Poniente: el más húmedo de todos y el que las mujeres de allí suelen odiar por desmoronar cualquier peinado que se hagan.

Sin embargo, cuando paseo de la mano de la costa, de la playa… y llega ese ponientazo directo a mi rostro… esos segundos parecen parar el tiempo para recordarme que estoy vivo; no porque me lata el corazón, o porque respire, o piense… sino porque mis ojos quieren ver la fuerza del viento, y terminan llenos de lágrimas para protegerse.

Estoy deseando empañar mis ojos con el Poniente, y así volvernos a ver.





Recordando en el vagón

13 10 2009

El pasado viernes me monté en un tren con destino «mini vacaciones en casa durante el puente del Pilar». Durante el viaje, me puse a mirar cosillas en el móvil, y encontré una nota del mes pasado que decía:

escuchar a ej mientras ponen el videoclip sqp de vm

En seguida, recordé la causa de la misma, así que saqué la carpetilla que nos dieron en los seminarios de Roche, y escribí lo que sigue:

Llevo muchos años preguntándome por qué hay situaciones que se tornan importantes cuando podrían ser totalmente banales y olvidables.

Hace un mes aproximadamente, estaba con mi padre en uno de esos restaurantes-franquicia cercanos a los cines Renoir, por Princesa. No me encontraba muy bien de las tripas, pero como iba a ser la última noche con mi padre, hice la vista gorda.

Estábamos comiendo allí y, de repente, me dio por mirar una pantalla de televisión que había en la pared, en la cual estaban emitiendo videoclips. Al mismo tiempo, el restaurante tenía un hilo musical que no correspondía con los videoclips que aparecían en pantalla (lo cual pasa en muchísimos sitios).

Pues bien, en el momento en el que miré, comenzaba el videoclip del tema «Sálvese quien pueda» de Vetusta Morla. Tras casi un minuto viéndolo, empecé a escuchar, por el hilo musical, «This train don’t stop there anymore», uno de mis temas favoritos de Elton John. Acto seguido, miré hacia mi padre mientras cenaba y me hablaba sobre algo.

Sonreí. Me quedé unos segundos sonriendo. Me sentí feliz, navegando en un mix de pensamientos instantáneos y veraces. Volví a pisar tierra, y seguí con mi cena y mi conversación con mi padre…

En esos segundos, mi vida reciente había sido resumida.

Por un lado, la canción de Elton John; canción que conozco desde hace muchos años y que canté (o algo parecido) delante de mi portátil con el micrófono que me regalaron mis compañeros de piso de Sevilla. Otra de sus canciones la canté con Nessim al piano; y muchas otras…

Cinco años de vida universitaria en Sevilla, tres de los cuales viví en ese piso; gente, amigos que no olvido, con los que he vivido muchas cosas. Una etapa fundamental para entender quien soy hoy.

Por otro lado, el videoclip de Vetusta Morla, grupo que he conocido en los últimos meses (bueno, ya va cerca de un año); meses que forman parte de mi, por llamarla de alguna manera, etapa post-universitaria; mi etapa en Madrid. Etapa que aún está comenzando.

Ese videoclip representa mi trabajo, personas que veo a diario, en casa y en la fundación. Algunas ya son importantes, otras lo serán. La inquietud del «qué va a pasar» me intriga, pero a la vez me satisface por disponer de una vía por la que ir descubriendo cada día de los próximos e inminentes años de mi vida.

El centro de ambos lados es mi padre; es decir, mi hermana; es decir, mis amigos de siempre. Siempre han estado, siempre estarán; vengan o vaya yo a ellos, por ejemplo en el tren en el que voy sentado ahora mismo, donde he empezado a escribir; en una letra tan ininteligible como la que componía mis apuntes de la facultad; pero, esta vez, debido a la poca estabilidad de la carpetilla de Roche, no a la velocidad de captación de ideas en clase.

Mi sonrisa sólo yo podría entenderla. Se sustentaba en la visión del reflejo que, la circunstancia puntual de esos segundos, aquí narrados, me brindó.

Normalmente, suelo sentirme una persona complicada. Momentos como éste, que ahora recuerdo mientras escribo, me hacen albergar esperanzas de la verdadera sencillez de mi propia existencia.

Lo que puede dar de sí una nota escrita hace un mes y leída durante un periodo largo de «no tengo nada que hacer». Seguiré apuntando otras más en el móvil, cuando tenga ocasión…

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