Cuando estaba en el instituto, en los últimos cursos, me planteé lo que miles de jóvenes se plantean, en situaciones similares, cuando ves que tus años de bachillerato van a llegar a su fin: qué quiero estudiar, qué quiero ser… en definitiva: cual es mi vocación.
La «vocación», aunque se pueda definir, por ejemplo, como el deseo de emprender un camino profesional determinado de cara a tu futuro, ya sea en la universidad o no; cambia mucho a lo largo de los años, ya que uno cambia mucho en los años en los que se forma para dicho cometido.
Cuando estaba en 2º de bachillerato decidí que quería ser Bioquímico. Aún no sabía muy bien qué significaba la Bioquímica, pero me parecía una carrera atractiva. Al ser de 2º ciclo, tenía que llegar a ella a través de otra carrera, que en mi caso fue Biología. Así que, en efecto, me fui a Sevilla y empecé Biología. Cuando pasaron tres cursos, no tuve los créditos suficientes para preinscribirme a Bioquímica, así que tuve que decidir entre hacer Bioquímica, seguramente con retraso; o terminar Biología, que al fin y al cabo no se me daba mal, me gustaba y, si soy sincero, era el camino que veía más sencillo. ¿Debí arriesgarme? ¿Fui un cobarde? Hay opiniones para todos los gustos…
Así que seguí en Biología. Dos cursos después la terminé, aunque antes de hacerlo decidí, con el consejo y apoyo de mi padre-tutor, tutor-padre, matricularme en un Máster en Madrid. Me costó mucho esfuerzo encontrar uno que me gustara y, a la vez, no supusiera un gasto excesivo para mi padre, que es la fuente económica de mi vida (aún lo es, de hecho). Pero ocurrió lo que menos me hubiera imaginado: el Máster se suspendió.
Y volví a encontrarme en una situación de absoluto dilema y, sobre todo, de vértigo, ya que no tenía la más mínima idea de lo que iba a hacer. Tenía piso de alquiler en Madrid, ya estaba trasladado, así que me quedé a ver que pasaba. Sin esperarlo, encontré una posibilidad en la investigación pública; digo «sin esperarlo» porque mi media de la carrera no era ni es para tirar cohetes, y por lo tanto resulta «poco competitiva» a la hora de solicitar becas y demás.
Aún así, entré en un laboratorio para hacer prácticas, que consistieron básicamente en aprender técnicas y, al hacerlo, colaborar en una investigación que empezaba a desarrollarse. Pero volví a caerme de nuevo: 6 meses después, el proyecto no obtuvo la financiación esperada, por lo que la beca para mi «tesis» dejó de ser una posibilidad para conventirse en una «idea efímera», fruto de mi imaginación.
Ahora, tras todos estos años, sigo en Madrid, parado, circulando mi curriculum como puedo, a ver si sale algo. Y llegados a este punto, yo me pregunto: ¿cual es mi vocación? Pues señores, mi vocación es lo que salga, tanto siendo un técnico en una empresa de alimentación, farmacéutica…; como de dietista, como de técnico comercial de laboratorios…
En realidad, las cosas no son así. Mi «vocación» sigue siendo la vida, la ciencia de la vida, tal y como se desarrolla, describe y observa en un laboratorio. Lo que ocurre es que el mundo en el que vivo no está esperando a que te formes para «expresar tus posibilidades y deseos dentro del mundo laboral». El mundo que me rodea quiere producir, de la manera que sea, a costa de mi trabajo, de vuestro trabajo, sea el que sea.
Afortunadamente, esta experiencia pre-laboral que estoy viviendo me ha hecho aprender algo, creo que muy valioso en mi vida. Estos siete años que he pasado, desde que empecé la universidad, me han formado sobre todo como persona.
Hace siete años era un empollón, sin mucho interés por algo en concreto, que supo, más o menos, por donde empezar. Hoy, aunque laboralmente sea un «individuo inactivo» que, de una manera u otra, empezará a activarse; me he convertido en una persona con ilusiones, con ganas de vivir, con puntos de vista sobre las cosas, con actitud para aprender, para experimentar: ya sea leyendo un libro, conociendo a gente nueva, o saliendo a tomar copas.
Mi paso por la universidad ha sido crucial para llegar a ser lo que soy o lo que seré mañana, pero no porque sea especialmente culto, o sepa como el DNA pasa a proteína, y la proteína a función (y todas las infinitas excepciones y variantes), o tenga cierta ideología política. Es simplemente el hecho del ambiente universitario, de todo lo que se vive cada día allí, de la gente que conoces… De hecho, lo menos importante de todo lo que experimentas cuando vas a la facultad, es el hecho de sacarte la carrera, de aprobar tarde o temprano los exámenes.
Así que, después de todo, la vida ha sido más fácil de lo que un biólogo parado como yo podría pensar, a corto plazo. Y mi «vocación», simplemente, es ser yo mismo, a mi manera única y excepcional; y eso es algo que siempre estoy haciendo, descubrirme, expresar lo que soy, lo que siento en cada instante. Todo lo demás es la imagen que el mundo proyecta de lo que soy o debo ser.
Comentarios recientes