Reencuentro esperado con el viento

30 03 2010

Este invierno ha sido muy poco mediterráneo, por no decir muy nórdico. Pero ya parece que va llegando el clima primaveral esperado por todos los españoles, que adoramos el sol, las terracitas, las tapas, las cañas y la ropa ligera.

En algo más de 24 horas, haré un pequeño descanso laboral para dirigirme a la fuente de recarga psicológico-emocional que es mi hogar. Al ser de noche, y en autobús, las estrellas tendrán todo el tiempo del mundo para apaciguar mi actividad diaria y proporcionarme la tranquilidad y falta de responsabilidad y preocupaciones necesaria para poder disfrutar de los tres o cuatro días que pasaré allí.

Cada vez me gusta más volver; cada vez me sorprende más lo que soy allí, con respecto a lo que soy aquí. Es cierto que, básicamente, soy el mismo. Pero el fenotipo no sólo es crucial para la expresión génica; también moldea tu percepción, tu actitud ante la gente que te vas a encontrar en un sitio o en otro. Además, mi hogar es parada obligada de vientos oceánicos y marinos, africanos y europeos. ¡Y qué mejor condición ambiental para moldearme que ellos!

Nunca pensé que se podía echar de menos un viento. Pero sí, y mucho más cuando tiene su propio nombre. Mi niño mimado es el Poniente: el más húmedo de todos y el que las mujeres de allí suelen odiar por desmoronar cualquier peinado que se hagan.

Sin embargo, cuando paseo de la mano de la costa, de la playa… y llega ese ponientazo directo a mi rostro… esos segundos parecen parar el tiempo para recordarme que estoy vivo; no porque me lata el corazón, o porque respire, o piense… sino porque mis ojos quieren ver la fuerza del viento, y terminan llenos de lágrimas para protegerse.

Estoy deseando empañar mis ojos con el Poniente, y así volvernos a ver.