Prefiero los defectos a la máscara

24 08 2009

Una de las facetas que más he detestado durante, supongo, toda mi vida consciente, es la hipocresía. Darse cuenta de lo que es, y lo más importante, de quién la practica, no es tarea fácil. De hecho, podría decirse que el 50% o más de lo que se aprende en la adolescencia es descubrir quién es de verdad quien dice ser, y quién te engaña; además de engañarse a sí mismo, claro.

Una vez que «calas» a determinados personajillos, ya uno cree que puede identificar a cualquiera que juegue un papel. Pero nada más lejos de la realidad; con la edad uno va descubriendo la enorme variedad de disfraces, de recursos expresivos y emotivos, que convierten a una persona determinada en, por ejemplo, «el amigo ideal», hasta que un día, seguramente por algún hecho más o menos catastrófico, descubres el absoluto vacío hecho persona.

De acuerdo que la vida puede verse como un juego de roles, que todos nos apoyamos en alguno, e incluso los modificamos y adaptamos según con quien estemos, o dónde. Pero hay unos límites que nunca podemos traspasar, ya que los roles pueden convertirse en personajes; es decir, en personas completas, con personalidad, expresividad y comportamiento propio, de cartón piedra. Hay que reconocer el sitio que ocupamos respecto al otro, pero también es necesaria una distancia prudencial con nuestros roles.

Hay otro aspecto de la personalidad humana que rompe, de una manera más o menos extrema, cualquier rol que podamos desempeñar: la confianza. Cuando das a alguien un grado de confianza considerable, ya no hay juego de máscaras: somos tú, yo y la relación entre ambos (de amistad, de pareja…). El problema viene cuando la persona a la que entregas esa confianza resulta ser un personaje superficial, inventado, inexistente. Entonces, se produce un desequilibrio tan injusto que conlleva el fin de la relación.

Sí, he dicho «injusto», porque no hay mayor prueba de la existencia de la justicia humana que esa. Una relación interpersonal sólo es posible entre dos personas de carne y hueso, con sus virtudes y, sobre todo, con sus defectos.

Es muy probable que la hipocresía sea, al menos en parte, un método para ocultar nuestros defectos, o lo que creemos que son nuestros defectos. Y yo me pregunto, ¿habrá algo más propio del ser humano que su imperfección? La normalidad, de existir, supondría el absoluto aburrimiento. No habría interés por la vida personal; sólo comeríamos, trabajaríamos un poco, y ya.

Yo abogo por mis defectos, porque combinados con mis virtudes, aquí y ahora, me hacen ser quien soy. ¿Y quien soy? Es más divertido que respondan los demás…





¿Y quién es bueno?

3 09 2008

Llevo todo el verano sin ir al cine, ya que es en esta estación cuando menos tiempo tengo para ir y peores películas suele haber para ver. Hoy he decidido ir, en esta ocasión solo, puesto que un muy reducido número de personas de mi entorno acepta ver películas en versión original, y yo esta película la quería ver con su sonido virgen. Estoy hablando de la ya taquillazo del año «El Caballero Oscuro», de Christopher Nolan, una película muy esperada por gran parte del público debido a la repentina muerte de uno de sus actores, el australiano Heath Ledger.

Independientemente de todo el circo mediático montado alrededor de esta película, he de decir que me ha fascinado verla. Considero esta peli una mezcla eficaz de cine comercial y sello de autor. Aunque me gusta mucho el cine, y voy muy a menudo, no me dispongo a hacer una crítica de la nueva aventura de Batman, ya que hay muchos críticos, blogueros y cinéfilos que se dedican a ello, algunos de una manera brillante.

Para mí, hay dos cosas que tienen que ocurrir cuando ves una película: que te produzca sensaciones reales, aunque sean motivadas por una ficción; y que te permita reflexionar sobre algo. La reflexión que me ha estado dando vueltas en la cabeza desde que salí de la sala hasta este instante está relacionada con la moral y la ética.

Las películas clásicas del tipo western, o cine negro, y algún que otro género más, mostraban siempre, sea como fuere el guión y el argumento, una disyuntiva muy clara y separada: lo bueno y lo malo; los buenos y los malos. Esta diferenciación tan clara provocaba una empatía instantánea con los buenos y un absoluto rechazo por los malos; al menos, eso nos hicieron creer.

Hoy día, vemos que en el cine esta disyuntiva cada vez se hace más efímera, dejando paso a la grandiosas escalas de grises, dentro de la cual estamos todos. Así, ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos. De hecho, a veces es casi imposible determinar si hay roles de este tipo.

Todo este cambio de argumentos y de formas de construir personajes y situaciones argumentales consiguen romper con lo «políticamente correcto», dejando paso a opciones de ética y moral muy diferentes, y por tanto interesantes. Así, en «El Caballero Oscuro», Batman no es tan bueno como sería un héroe tradicional; Joker, más que un malo, es un enfermo, un ser humano hundido en sus traumas; y así, algunos personajes más.

Y yo me pregunto: ¿cómo nos podemos situar nosotros, las personas reales, dentro de la ética y la moral establecida? Pues no podemos, ya que nuestra libertad nos lo impide. Otra cosa es que juguemos a situarnos con claridad, a adquirir roles sociales con el fin de recibir infinidad de palmaditas en la espalda por ser tan justos, tan comprensivos… ¡tan buenos!

Me ha pasado que mucha gente se ha extrañado cuando, al decir de alguien que «es bueno», yo haya respondido «¿y quién es bueno?, ¿y quién malo?». Afortunadamente, estas circunstancias han dado lugar, en la mayoría de los casos, a discusiones muy interesantes, y no a aplicaciones de la moral y la ética aprendida…