Mini-experiencia de consumo caótico

8 12 2009

Debido a lo limitada que ha estado siempre mi cuenta corriente (desde que dispongo de ella), mi forma de comprar fuera de las necesidades básicas ha seguido un orden más que planificado. Desde que he empezado a trabajar, las cosas no han cambiado mucho, ya que mi sueldo actual sigue ajustándose más a estas limitaciones consumistas que al despilfarro.

Sin embargo, ayer pude vivir una pequeña salida de tono en este aspecto. Fui con un amiga a comprar ropa en un centro «outlet», de esos donde las franquicias que imperan en los centros de todas las ciudades de España venden la ropa fuera de temporada y las «taras» (algunas no sé ni cómo se atreven a intentar venderlas…). Llegamos a medio día, con idea de almorzar allí, cuando nos encontramos con miles de familias hambrientas que también habían pensado en comer allí. Tuvimos paciencia y, finalmente, pudimos almorzar.

Mientras lo hacíamos, yo pensaba en lo poco creativa y ciega que es la gente pasando un día de puente en una zona comercial de la periferia. Por la mañana, las compras; luego, almorzar; algunos se quedarán, más tarde, con sus hijos para ver alguna peli terriblemente comercial y absurda. Sentí lástima por ellos, sin caer en la cuenta de que pronto me convertiría en uno más de la multitud…

Total, que ya terminamos el almuerzo y nos fuimos a las tiendas. Para empezar, nos separamos, lo cual era el principio del fin. No recordaba el estrés que se puede llegar a sentir a la hora de decidir cual es la mejor compra, decisión en la que hay que tener en cuenta tres ideas básicas: la primera, que la ropa sea barata, baratísima, ya que en caso contrario no sentirás que has realizado una buena adquisición; luego está el hecho fundamental de que todo lo que te compres te quede absolutamente genial; y, finalmente, has de tener la absoluta seguridad de que lo que te vas a comprar lo vas a usar, ya que hay pocas cosas que deteste más que comprarme algo que no me sirve, o que no voy a usar ni de broma.

Empecé muy bien, buscando las tres cosas que quería comprar: una camisa, un gorro de lana (o gorra de invierno) y una bufanda que me gustasen. Toda la culpa de la desviación fuera de estos objetivos fue de los jerseys de punto de una de las tiendas, ya que eran exactamente iguales a uno que me compré el invierno pasado, y que encogí como un memo en la lavadora hace unos meses. Tenía, ante mis ojos, la oportunidad de volver a tener ese jersey, y encima, de elegirlo de otro color. Y fue el principio del delirio consumista…

Luego, vi una camisa-sudadera a cuadros con gorro que me pareció en extremo cómica, teniendo en cuenta lo que suelo ponerme. La cogí y me dije: para cuando tenga que disfrazarme, socialmente hablando claro… Recordé lo de la camisa, pero no vi ninguna que me satisficiera, así que pagué y cambié de tienda.

En la siguiente tienda, lo que experimenté fue puro estrés, ya que me encontré con una ropa genial a un precio increíblemente bueno. Estuve como quince minutos en el probador con seis o siete prendas, entre pantalones, camisetas y la gran estrella: una chaqueta marrón con un gorro, tipo sudadera, ¡que podía dejarse o quitarse! Me pareció absolutamente fascinante en ese momento de emoción estética.

Total, que acabó mi consumo empedernido en esa tienda, y volví a la realidad. Bueno, eso pensaba, hasta que llegué a casa, que es el momento en el que uno mira, a la luz de su habitación, todo lo que ha comprado en un día de absoluto agotamiento comercial. Repasando número de prendas y dinero gastado, me sentí orgulloso (¡no te lo pierdas!) de haber sido capaz de realizar semejante compra. Vamos, como Fernando cuando conquistó Granada…

Y hasta hoy no he caído en que aquel chico que miraba a las familias mientras almorzaba, que se apenaba por la manera de «disfrutar» de la gente, teniendo una ciudad como Madrid a dos pasos… ese chico dejó de serlo hasta, al menos, un par de horas después de llegar a casa con las compras. Durante las horas entre uno y otro instante apareció en escena un consumista ciego como cualquier otro; como esos que no pueden soportar tener un móvil más de tres o cuatro meses, sabiendo las novedades del sector.

Seguramente, y como buen andaluz, estoy más que exagerando. Al fin y al cabo, no me gasté mi sueldo en ropa, ni compré artículos por comprar. Realmente, me gusta lo que adquirí, pero mi sensibilidad cambió por unas horas, y ahora soy capaz de verlo.

Mi pequeña, mínima, puntual experiencia comercial de ayer me demuestra que es fácil criticar la actitud y acción de los demás. Lo difícil es reconocer que tú puedes convertirte en cualquiera de ellos, en cualquier momento…